Ante la imposibilidad de acudir a misa por el coronavirus
Les ofrezco una posibilidad para celebrar el Domingo IV de Cuaresma en familia. La hoja dominical aquí
Seguimos retransmitiendo la Eucaristía a las 19:00 h por Facebook.
También hemos abierto una posibilidad de hacer una «colecta virtual» desde casa. El Consejo de Economía también es muy creativo. Hemos elaborado una carta explicativa a la que puede acceder pinchanco aquí. Eso, siento importante, no es lo más importante.
Les ofrezco una "Guía de oración en Familia, o solos, -como lo podráis hacer. Incluso si usan solo algún elemento, va bien. Lo importante es dedicar algún tiempo al encuentro con el Señor este domingo. Pincha en "leer más"
Guía:
Si se encuentra solo, es preferible leer las lecturas y oraciones de la misa de este domingo o seguir la misa por televisión o a través de alguna red social. En la Parroquia lo podemos hacer a las 19:00 h del sábado y domingo pinchando aquí.
Cuando podemos contar con la de dos personas podemos hacer la siguiente celebración:
- Debería colocarse una cruz o el crucifijo.
- Si es posible se encenderán una o varias velas, que deberán colocarse en un soporte incombustible (por ejemplo, un plato de porcelana o cristal). Al final de la celebración, se apagarán las velas.
- Si usted tiene flores en un jardín, puede colocarlas en el ambiente de oración, pues su presencia es particularmente indicada en este domingo Laetare, en previsión de la alegría de la Pascua.
- Se designa a una persona para dirigir la oración.
- La persona encargada de dirigir la oración establecerá la duración de los momentos de silencio.
- Se designarán lectores para las lecturas.
- Se preparará con anticipación una propuesta de oración de los fieles. De todos modos, en esta guía, se ofrece una propuesta. Deberá designarse a una persona para su lectura.
* * *
Domingo Laetare. Celebración de la Palabra
“No tomen parte en las obras estériles de los que son tinieblas”
Sentados. El guía de la celebración toma la palabra:
Hermanos y hermanas,
En este cuarto domingo de Cuaresma,
circunstancias excepcionales nos impiden participar
en la celebración de la Eucaristía.
Ahora bien, sabemos que cuando nos reunimos
para rezar en su Nombre,
Cristo Jesús se hace presente entre nosotros.
Y creemos que, cuando leemos la Escritura en Iglesia,
nos habla el mismo Verbo de Dios.
Su palabra se convierte, de este modo,
en auténtico alimento para nuestra vida.
Por este motivo, nos disponemos a escuchar esta Palabra
en comunión con toda la Iglesia.
Pausa
A este cuarto domingo de Cuaresma se le llama también
domingo Laetare, pues la antífona de apertura
comienza con el pasaje de Isaías:
“Alégrate (Laetare en latín), Jerusalén, y que se reúnan cuantos la aman”.
A mitad del camino cuaresmal de penitencia,
la Iglesia nos invita a hacer una pausa
para poder discernir nuestro objetivo final:
la alegría perfecta de Pascua,
y saborear así ya desde ahora una primicia.
Pausa
Hermanos y hermanas,
en medio de nuestras tribulaciones,
en los más profundo de nuestras pruebas,
la Iglesia nos invita a contemplar
y a desear la última meta:
la resurrección bendita que se nos ha prometido
por Jesucristo Nuestro Señor.
con Él y en Él.
Ahora nos preparamos a abrir nuestro corazón en silencio.
Después de un verdadero momento de silencio, todos se levantan y se hacen la señal de la cruz diciendo:
En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
El guía continúa:
Para prepararnos a acoger la Palabra de Dios,
de manera que pueda regenerarnos,
reconozcamos nuestros pecados.
A continuación, se deja paso al rito penitencial. Por ejemplo:
Señor, ten misericordia de nosotros.
Porque hemos pecado contra ti.
Muéstranos, Señor, tu misericordia.
Y danos tu salvación.
Que Dios Todopoderoso tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados,
y nos conduzca a la vida eterna.
Amén.
Recitamos:
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
El guía recita la oración:
Alégrate, Jerusalén,
y que se reúnan cuantos la aman.
Compartan su alegría los que estaban tristes,
vengan a saciarse con su felicidad
Amén
A continuación, se leen las lecturas de la misa de este cuarto domingo de Cuaresma.
La persona encargada de la primera lectura permanece de pie, mientras que el resto de los congregados se sientan.
PRIMERA LECTURA
David es ungido rey de Israel.
Lectura del primer libro de Samuel (16,1b. 6-7. 10-13a)
En aquellos días, dijo el Señor a Samuel:
“Ve a la casa de Jesé, en Belén,
porque de entre sus hijos me he escogido un rey.
Llena, pues, tu cuerno de aceite para ungirlo y vete”.
Cuando llegó Samuel a Belén y vio a Eliab, el hijo mayor de Jesé, pensó:
“Este es, sin duda, el que voy a ungir como rey”.
Pero el Señor le dijo:
“No te dejes impresionar por su aspecto ni por su gran estatura,
pues yo lo he descartado, porque yo no juzgo como juzga el hombre.
El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones”.
Así fueron pasando ante Samuel siete de los hijos de Jesé; pero Samuel dijo:
“Ninguno de estos es el elegido del Señor”.
Luego le preguntó a Jesé: “¿Son estos todos tus hijos?”
Él respondió: “Falta el más pequeño, que está cuidando el rebaño”.
Samuel le dijo: “Hazlo venir, porque no nos sentaremos a comer hasta que llegue”.
Y Jesé lo mandó llamar.
El muchacho era rubio, de ojos vivos y buena presencia.
Entonces el Señor dijo a Samuel: “Levántate y úngelo, porque este es”.
Tomó Samuel el cuerno con el aceite y lo ungió delante de sus hermanos.
A partir de aquel día, el espíritu del Señor estuvo con David.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
La persona encargada de leer el salmo, se pone de pie, mientras los demás permanecen sentados.
Salmo 22
R/ El Señor es mi pastor, nade me faltará.
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace reposar
y hacia fuentes tranquilas me conduce
para reparar mis fuerzas. R/
Por ser un Dios fiel a sus promesas,
me guía por el sendero recto;
así, aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad. R/
Tú mismo me preparas la mesa,
a despecho de mis adversarios;
me unges la cabeza con perfume
y llenas mi copa hasta los bordes. R/
Tu bondad y tu misericordia me acompañarán
todos los días de mi vida;
y viviré en la casa del Señor
por años sin término. R/
El encargado de leer la segunda lectura, se pone de pie.
SEGUNDA LECTURA (Efesios 5,8-14)
“Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios
Hermanos:
En otro tiempo ustedes fueron tinieblas,
pero ahora, unidos al Señor, son luz.
Vivan, por lo tanto, como hijos de la luz.
Los frutos de la luz son la bondad, la santidad y la verdad.
Busquen lo que es agradable al Señor
y no tomen parte en las obras estériles de los que son tinieblas.
Al contrario, repruébenlas abiertamente;
porque, si bien las cosas que ellos hacen en secreto da vergüenza aun mencionarlas,
al ser reprobadas abiertamente, todo queda en claro,
porque todo lo que es iluminado por la luz se convierte en luz.
Por eso se dice: Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Todos se levantan en el momento en el que se recita o canta la aclamación al Evangelio:
Con sobriedad se pasa a la lectura:
EVANGELIO (Juan 9,1-41)
“Él fue, se lavó y volvió con vista”
Lectura del santo evangelio según san Juan
En aquel tiempo, Jesús vio al pasar a un ciego de nacimiento […],
escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva,
se lo puso en los ojos al ciego y le dijo:
“Ve a lavarte en la piscina de Siloé” (que significa “Enviado”).
Él fue, se lavó y volvió con vista.
Entonces los vecinos y los que lo habían visto antes pidiendo limosna,
preguntaban: “¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?”
Unos decían: “Es el mismo”.
Otros: “No es él, sino que se le parece”.
Pero él decía: “Yo soy”.]
Y le preguntaban: “Entonces, ¿cómo se te abrieron los ojos?”
Él les respondió: “El hombre que se llama Jesús hizo lodo,
me lo puso en los ojos y me dijo: “Ve a Siloé y lávate”.
Entonces fui, me lavé y comencé a ver”.
Le preguntaron: “¿En dónde está él?” Les contestó: “No lo sé” […]
Pero los judíos no creyeron que aquel hombre,
que había sido ciego, hubiera recobrado la vista.
Llamaron, pues, a sus padres y les preguntaron:
“¿Es este su hijo, del que ustedes dicen que nació ciego?
¿Cómo es que ahora ve?”
Sus padres contestaron: “Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego.
Cómo es que ahora ve o quién le haya dado la vista, no lo sabemos.
Pregúntenselo a él; ya tiene edad suficiente y responderá por sí mismo”.
Los padres del que había sido ciego dijeron esto por miedo a los judíos,
porque estos ya habían convenido en expulsar de la sinagoga
a quien reconociera a Jesús como el Mesías.
Por eso sus padres dijeron: “Ya tiene edad; pregúntenle a él”.
Llamaron de nuevo al que había sido ciego y le dijeron: “Da gloria a Dios.
Nosotros sabemos que ese hombre es pecador”.
Contestó él: “Si es pecador, yo no lo sé; solo sé que yo era ciego y ahora veo”.
Le preguntaron otra vez: “¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?”
Les contestó: “Ya se lo dije a ustedes y no me han dado crédito.
¿Para qué quieren oírlo otra vez?
¿Acaso también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?”
Entonces ellos lo llenaron de insultos y le dijeron:
“Discípulo de ese lo serás tú. Nosotros somos discípulos de Moisés.
Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios.
Pero ese, no sabemos de dónde viene”.
Replicó aquel hombre: “Es curioso que ustedes no sepan de dónde viene
y, sin embargo, me ha abierto los ojos.
Sabemos que Dios no escucha a los pecadores,
pero al que lo teme y hace su voluntad, a ese sí lo escucha.
Jamás se había oído decir que alguien abriera
los ojos a un ciego de nacimiento.
Si este no viniera de Dios, no tendría ningún poder” […]
Entonces le dijo Jesús:
“Yo he venido a este mundo para que se definan los campos:
para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”.
Al oír esto, algunos fariseos que estaban con él le preguntaron:
“¿Entonces también nosotros estamos ciegos?”
Jesús les contestó: “Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado;
pero como dicen que ven, siguen en su pecado”.
Permanecemos cinco minutos en silencio para meditar en silencio.
A continuación todos se levantan y profesan la de la Iglesia, recitando el símbolo de los apóstoles.
Creo en Dios, Padre todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna. Amén.
Todos permanecen de pie para invocar la oración de los fieles,
según haya sido preparada o siguiendo esta fórmula.
ORACIÓN DE LOS FIELES
R. Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra
Señor, envía tu don de piedad a nuestro Papa Francisco,
a nuestros obispos y a nuestros sacerdotes,
para que en este tiempo de prueba
permanezcan más que nunca como buenos pastores,
guiando ante todo con el ejemplo
a tus hijos por el camino dela santidad. R.
Señor, envía tu don de consejo a nuestros gobernantes:
que tomen las decisiones adecuadas para el bien común. R.
Señor, envía el don de ciencia a nuestros investigadores:
para que encuentren los remedios que salvan. R.
Señor, envía el don del amor a médicos,
enfermeros y personal sanitario
para que su entrega a los demás quede transfigurada. R.
Señor, envía el don de fortaleza a los enfermos
para que tengan la valentía de ofrecer su pasión,
en unión con la entrega de tu Hijo Jesucristo. R.
Señor, envíanos el don de sabiduría,
para que en toda circunstancia,
adoremos el designio amoroso de tu Providencia.
Envíanos también el don de entendimiento
para que encontremos en la Palabra de Dios
las respuestas a nuestras preguntas.
Por último, envíanos el don del temor de Dios
para que permanezcamos fieles a tu amor
y solo tengamos miedo de aquello que puede separarnos de ti. R.
Al final, el guía introduce la oración del Señor:
Unidos en el Espíritu y en la comunión de la Iglesia,
fieles a la recomendación del Salvador
nos atrevemos a decir:
Se reza o canta el Padrenuestro
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
E inmediatamente todos proclaman:
Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.
El guía invita a compartir la paz:
Acabamos de unir nuestra voz
a la del Señor Jesús para orar al Padre.
Somos hijos en el Hijo.
En la caridad que nos une los unos a los otros,
renovados por la Palabra de Dios,
podemos intercambiar un gesto de paz,
signo de la comunión
que recibimos del Señor.
Todos intercambian un gesto de paz. Si fuera necesario, siguiendo las indicaciones de las autoridades, este gesto puede concretizarse en una inclinación profunda hacia el otro o, en familia, enviando un beso a distancia con dos dedos en los labios.
Nos sentamos.
COMUNIÓN ESPIRITUAL
El guía dice:
Dado que no podemos recibir la comunión sacramental,
el Papa Francisco nos invita apremiantemente a realizar la comunión espiritual,
llamada también “comunión de deseo”.
El Concilio de Trento nos recuerda que
“se trata de un ardiente deseo de alimentarse con este Pan celestial,
unido a una fe viva que obra por la caridad,
y que nos hace participantes de los frutos y gracias del Sacramento”.
El valor de nuestra comunión espiritual
depende, por tanto, de nuestra fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía,
como fuente de vida, de amor y de unidad,
así como de nuestro deseo de comulgar, a pesar de las circunstancias.
Con esta disposición de ánimo, les invito ahora a inclinar la frente,
a cerrar los ojos y vivir un momento de recogimiento.
Silencio
En lo más profundo de nuestro corazón,
dejemos crecer el ardiente deseo de unirnos a Jesús,
en la comunión sacramental,
y de hacer que su amor se haga vivo en nuestras vidas,
amando a nuestros hermanos y hermanas como Él nos ha amado.
Permanecemos cinco minutos en silencio en un diálogo de corazón a corazón con Jesucristo.
Podemos cantar un cántico de acción de gracias.
A continuación, nos ponemos de pie.
El guía pronuncia, en nombre de todos, la fórmula de la bendición:
Por intercesión de Santo Domingo de Guzmán.
[patrón de la parroquia],
de todos los santos y santas de Dios,
que el Señor de la perseverancia y la fortaleza
nos ayude a vivir el espíritu de
sacrificio, compasión y amor de Cristo Jesús.
De este modo, en comunión con el Espíritu Santo,
daremos gloria a Dios,
Padre de Nuestro Señor Jesucristo,
por los siglos de los siglos.
Amén.
Es posible concluir la celebración elevando un cántico a la Virgen María.
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