ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 16º del T. Ordinario A
A todos nos hace sufrir la existencia del mal. San Agustín sufría mucho con lo que él llamaba “el misterio de la iniquidad”. Hay, incluso, hombres y mujeres que no aciertan a conciliar la existencia de un Dios bueno y justo, con tanto mal, y caen en el ateísmo. Nos lo recuerda el Vaticano II.
Y hay muchas clases de mal; la Parábola de la Cizaña nos sitúa, este domingo, ante la existencia del mal moral, tanta gente que se dedica a hacer el mal: desde los grandes criminales, desde las injusticias más graves, hasta las pequeñas faltas de un niño que hace sufrir a otro niño; desde los grandes pecados de omisión, que dividen el mundo en dos partes, el de los países ricos y el de los países pobres, hasta nuestras pequeñas faltas de omisión de cada día. ¡Incluso, dentro de nosotros mismos, constatamos la existencia del bien y del mal! Por todo ello, como los criados de la parábola, le preguntamos al “Dueño del campo”: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?” ¡Y Él nos dirá: “un enemigo lo ha hecho!”. Y es verdad: “mientras la gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo, y se marchó”. Parece que era frecuente en el país de Jesús este tipo de maldades y venganzas entre los agricultores. La respuesta, por tanto, es clave: “¡un enemigo lo ha hecho!”. De este modo, Jesús hace referencia al principio de la historia humana: a lo que conocemos con el nombre de “pecado original”, que ahora, muchos niegan y desprecian, y otros, lo recuerdan vagamente como cosa de niños. ¡Pero ahí está la fuente de todos los males! (Cfr. Rom 5, 12-21). Y, junto al pecado original, los pecados de todos los hombres, también los nuestros, que siguen sembrando en el mundo todo tipo de sufrimientos. “Y por el pecado, la muerte” enseña San Pablo (Rom 5, 12).
¡Me gusta decir que nosotros no hemos conocido el mundo tal como salió de las manos de Dios!; ¡entonces, “todo era muy bueno!”, “¡todo estaba muy bien!” (Gn 1, 31) Pero el mundo que conocemos ahora, es el del trigo y la cizaña, el mundo trastocado y afeado por el pecado. ¡Y el enemigo, el diablo, ahora está encantado, porque dicen que no existe! De esta manera, le resulta muy fácil ir logrando sus objetivos; recibe muy poca resistencia, pero es y continuará siendo hasta el final de la historia “el padre de la mentira” como le llamó el Señor (Jn 8, 44), “el origen del mal”, porque es capaz de captar y engañar al hombre de todos los tiempos: “Seréis como Dios”. Ya Pablo nos advierte que “nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire”. (Ef, 6, 12-13).
“¡Mientras la gente dormía…!” ¡Aquí nos encontramos con otra de las claves de la parábola! Si dormimos, si no cuidamos “nuestros sembrados”, ¿de qué nos vamos a quejar después? ¿No sabemos que se está sembrando en la sociedad, e incluso, en la Iglesia, mucho bien pero, al mismo tiempo, mucho mal? Ya nos advertía el Señor que “los hijos de este mundo son más astutos con su gente, que los hijos de la luz”.(Lc 16, 8). Y pensamos ahora en los padres de familia, en los que se dedican a la formación de los niños y de los jóvenes, en los gobernantes y también en nosotros, los pastores de la Iglesia. ¡Todos podemos dormirnos alguna vez!, ¡y entonces se siembra la cizaña en nuestros campos fácilmente, impunemente. Y, al principio, no se nota nada, no se distingue del trigo; pero, más tarde, aparecerá con toda su fuerza en nuestro sembrado, como estamos contemplando amargamente en la actualidad; entonces nuestra reacción es y será la misma que la de los criados de la parábola: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?” Pero el Amo del campo nos dirá: “No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega”. ¡Pero no toleramos contemplar nuestros campos sembrados de trigo con la cizaña. ¡Nos hace sufrir mucho esta realidad, incluso, nos desespera! ¡Quisiéramos ver sólo el bien sin mezcla de mal alguno! ¡Quisiéramos dejar de sentir en nuestro interior esos impulsos que nos mueven al mal! ¡Quisiéramos extirpar el mal, todo el mal, del mundo, de nuestra sociedad, de la Iglesia y de nuestra vida! ¡Pero a nuestra manera! Pero el Señor nos ha señalado el único y verdadero camino, el de la conversión personal, que vaya convirtiendo poco a poco la cizaña en el mejor trigo. ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
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