El día 28 de enero, en la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán, en La Laguna, tendremos un recuerdo muy especial para este dominico universal y extraordinario que fue Santo Tomás de Aquino.
Santo Tomás nació entre 1224 y 1225 en el castillo que su noble familia poseía en Roccasecca, cerca de la abadía de Montecassino, adonde fue enviado por sus padres para recibir los primeros elementos de su instrucción. Algún año después se trasladó a la Universidad de Nápoles. En aquellos años nació su vocación dominica, a la que su familia se opuso, por lo que fue obligado a dejar el convento y a transcurrir algún tiempo con su familia.
En 1245, ya mayor de edad, volvió con los dominicos. Fue enviado a París para estudiar teología con Alberto Magno, al que siguió a Colonia, donde profundizó en el pensamiento de Aristóteles. En ese momento las obras de Aristóteles presentaban una visión completa del mundo llevada a cabo sin y antes de Cristo, con la pura razón, y parecía imponerse a la razón como “la” visión misma. Pero en la cultura cristiana, también había recelos hacia la misma.
Tomás de Aquino lo estudió a fondo, distinguiendo lo que era válido de lo que era dudoso o rechazable del todo, mostrando la concordancia con los datos de la Revelación cristiana. Así, señaló que entre la fe cristiana y la razón subsiste una armonía natural. Esta es la gran obra de Tomás, mostrar que fe y razón van juntas.
Por sus grandes dotes intelectuales, Tomás fue llamado a París como profesor de teología en la cátedra dominica. Aquí comenzó su enorme producción literaria, que prosiguió hasta su muerte. No permaneció durante mucho tiempo y de forma estable en París. Participó en Capítulos Generales de los Dominicos, viajó por Italia, compuso textos litúrgicos, residió en Roma, donde, probablemente, dirigía una Casa de Estudios de la Orden, y donde comenzó a escribir su SummaTheologiae. Fue llamado de nuevo a París como profesor. Allí los estudiantes estaban entusiasmados con sus lecciones, tanto que uno declaró que “escucharle era para él una felicidad profunda”. De allí volvió a Nápoles.
Además del estudio y la enseñanza, Tomás se dedicó también a la predicación. Y también el pueblo iba de buen grado a escucharle.
Los últimos meses de su vida permanecen rodeados de una atmósfera misteriosa. En diciembre de 1273 llamó a su amigo y secretario Reginaldo para comunicarle su decisión de interrumpir todo trabajo, porque a raíz de una revelación sobrenatural, había comprendido que cuanto había escrito era solo “un montón de paja”. Esto pone de manifiesto no sólo la humildad personal de Tomás, sino también lo elevadas que son las cosas de la fe. Algo después, cada vez más absorto en la meditación, Tomás murió mientras estaba de viaje hacia Lyon, en la Abadía cisterciense de Fossanova, tras haber recibido el Viático con gran piedad.Un episodio recogido por sus biógrafos resume lo central de su vida. Mientras estaba en oración ante el crucifijo, una mañana temprano en la Capilla de san Nicolás en Nápoles, el sacristán de la iglesia escuchó un diálogo. Tomás preguntaba, preocupado, si cuanto había escrito sobre los misterios de la fe cristiana era correcto. Y el Crucifijo respondió: “Tú has hablado bien de mí, Tomás. ¿Cuál será tu recompensa?”. Y su respuesta fue: “¡Nada más que a Ti, Señor!”.
Santo Tomás nació entre 1224 y 1225 en el castillo que su noble familia poseía en Roccasecca, cerca de la abadía de Montecassino, adonde fue enviado por sus padres para recibir los primeros elementos de su instrucción. Algún año después se trasladó a la Universidad de Nápoles. En aquellos años nació su vocación dominica, a la que su familia se opuso, por lo que fue obligado a dejar el convento y a transcurrir algún tiempo con su familia.
En 1245, ya mayor de edad, volvió con los dominicos. Fue enviado a París para estudiar teología con Alberto Magno, al que siguió a Colonia, donde profundizó en el pensamiento de Aristóteles. En ese momento las obras de Aristóteles presentaban una visión completa del mundo llevada a cabo sin y antes de Cristo, con la pura razón, y parecía imponerse a la razón como “la” visión misma. Pero en la cultura cristiana, también había recelos hacia la misma.
Tomás de Aquino lo estudió a fondo, distinguiendo lo que era válido de lo que era dudoso o rechazable del todo, mostrando la concordancia con los datos de la Revelación cristiana. Así, señaló que entre la fe cristiana y la razón subsiste una armonía natural. Esta es la gran obra de Tomás, mostrar que fe y razón van juntas.
Por sus grandes dotes intelectuales, Tomás fue llamado a París como profesor de teología en la cátedra dominica. Aquí comenzó su enorme producción literaria, que prosiguió hasta su muerte. No permaneció durante mucho tiempo y de forma estable en París. Participó en Capítulos Generales de los Dominicos, viajó por Italia, compuso textos litúrgicos, residió en Roma, donde, probablemente, dirigía una Casa de Estudios de la Orden, y donde comenzó a escribir su SummaTheologiae. Fue llamado de nuevo a París como profesor. Allí los estudiantes estaban entusiasmados con sus lecciones, tanto que uno declaró que “escucharle era para él una felicidad profunda”. De allí volvió a Nápoles.
Además del estudio y la enseñanza, Tomás se dedicó también a la predicación. Y también el pueblo iba de buen grado a escucharle.
Los últimos meses de su vida permanecen rodeados de una atmósfera misteriosa. En diciembre de 1273 llamó a su amigo y secretario Reginaldo para comunicarle su decisión de interrumpir todo trabajo, porque a raíz de una revelación sobrenatural, había comprendido que cuanto había escrito era solo “un montón de paja”. Esto pone de manifiesto no sólo la humildad personal de Tomás, sino también lo elevadas que son las cosas de la fe. Algo después, cada vez más absorto en la meditación, Tomás murió mientras estaba de viaje hacia Lyon, en la Abadía cisterciense de Fossanova, tras haber recibido el Viático con gran piedad.Un episodio recogido por sus biógrafos resume lo central de su vida. Mientras estaba en oración ante el crucifijo, una mañana temprano en la Capilla de san Nicolás en Nápoles, el sacristán de la iglesia escuchó un diálogo. Tomás preguntaba, preocupado, si cuanto había escrito sobre los misterios de la fe cristiana era correcto. Y el Crucifijo respondió: “Tú has hablado bien de mí, Tomás. ¿Cuál será tu recompensa?”. Y su respuesta fue: “¡Nada más que a Ti, Señor!”.
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