- Imagen del Señor de la Humildad y Paciencia. Escultura en torno a los años de 1640-1650 de autor desconocido.
Cofradía de Penitentes de la Misericordia
Reflexión:
Jesús, contemplo tu imagen dolorida y lacerada y veo en ella la obra de aquéllos que quieren acallar tu voz y que no se conozca tu mensaje. Se sienten satisfechos por su obra convencidos de su triunfo. Sin embargo, Tú te mantienes calmado y tranquilo. Conoces bien la cruz, te espera ahí, a tu lado, para ser crucificado. Ante la crueldad de lo que va a acontecer, tu corazón humilde rebosa paciencia porque ya te has entregado y abandonado en las manos del Padre. Todo se cumple conforme a un designio fijado y por ello inclinas la cabeza, depositando tu vida en las manos de Aquél que todo lo puede.
Nosotros, en cambio, solemos revelamos, a menudo nos cuesta aceptar muchas circunstancias de la vida y pretendemos cambiarlas. Nos resistimos y sufrimos porque solo admitimos nuestros planes. Cuánto dolor evitaríamos si supiésemos contemplar nuestra vida tal como Dios nos la quiere mostrar. Cuánta paz recobraríamos si, con humildad y paciencia, como Jesús, ponemos nuestra vida en sus manos. Los planes de Dios no son nuestros planes y otra mirada es posible.
Un aprendizaje se abre paso: ante todo lo que no esté en nuestras manos cambiar, el ejemplo del Señor nos indica el camino del abandono, el camino de la confianza en el Amor infinito que Dios tiene por cada uno de sus hijos. Pero la paciencia del cristiano nunca es vacía, no significa inmovilidad o blanda resignación ni pérdida de tiempo. De ninguna manera. Es la seguridad de un hijo que se sabe querido por su Padre. Porque tenemos la certeza de que todo está en las manos del Todopoderoso.
“Hijo, si emprendes en serio el camino hacia Dios, prepara tu alma para las pruebas que vendrán; siéntate pacientemente ante el umbral de su puerta, aceptando con paz los silencios, ausencias y tardanzas a las que él quiera someterte, porque es sólo en el crisol del fuego donde se purifica el oro.”
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