Muchas veces parece que sólo importa lo eficaz y productivo que seas, o el dinero que seas capaz de generar, en las familias no podemos olvidar uno de los mayores tesoros que tenemos: nuestros abuelos.
Ellos merecen todo nuestro respeto, agradecimiento y cariño, ya que casi todo lo que somos hoy se lo debemos a su esfuerzo, sus noches en vela, su paciencia, sus oraciones y su amor incondicional. Ellos son el refugio para hijos y nietos, y muchas veces los intermediarios perfectos para que todos nos entendamos y permanezcamos unidos. No importa que sean mayores o que estén cansados, nunca hay un “no” en su boca cuando se trata de cuidarnos, escucharnos y darnos consejos llenos de amor y sabiduría.
Por todo esto y muchos motivos más, te invitamos a que, en torno a la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, se celebre en la parroquia la bendición de los abuelos.
Ellos merecen todo nuestro respeto, agradecimiento y cariño, ya que casi todo lo que somos hoy se lo debemos a su esfuerzo, sus noches en vela, su paciencia, sus oraciones y su amor incondicional. Ellos son el refugio para hijos y nietos, y muchas veces los intermediarios perfectos para que todos nos entendamos y permanezcamos unidos. No importa que sean mayores o que estén cansados, nunca hay un “no” en su boca cuando se trata de cuidarnos, escucharnos y darnos consejos llenos de amor y sabiduría.
Por todo esto y muchos motivos más, te invitamos a que, en torno a la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, se celebre en la parroquia la bendición de los abuelos.
CARTA A LOS ABUELOS Y ABUELAS:
«Queridos abuelos y abuelas:
Sólo hay una palabra necesaria al dirigirnos a vosotros, y es GRACIAS.
Gracias por ser el refugio de hijos y nietos, gracias porque a vuestro lado los problemas siempre se hacen más pequeños, por tener una sonrisa y una mirada de amor preparadas para todo aquel que va a vuestra casa, y porque nunca estáis demasiado cansados para recibirnos y atendernos.
Muchísimas gracias por enseñarnos y transmitirnos vuestra fe, por enseñarnos a rezar, porque muchas de las oraciones que hoy sabemos las aprendimos de niños a vuestro lado. Porque hemos crecido viendo vuestra vida de confianza en el Señor y así hemos aprendido a confiar en que con Dios nada es imposible.
Por todo esto y muchísimas cosas más, queremos pedir al Señor que os bendiga y que os guarde siempre en su Amor, y os invitamos a que en torno al día 26 de Julio, festividad de San Joaquín y Santa Ana, abuelos de Jesús, acudáis a la parroquia donde se os impartirá una bendición especial.»
Sólo hay una palabra necesaria al dirigirnos a vosotros, y es GRACIAS.
Gracias por ser el refugio de hijos y nietos, gracias porque a vuestro lado los problemas siempre se hacen más pequeños, por tener una sonrisa y una mirada de amor preparadas para todo aquel que va a vuestra casa, y porque nunca estáis demasiado cansados para recibirnos y atendernos.
Muchísimas gracias por enseñarnos y transmitirnos vuestra fe, por enseñarnos a rezar, porque muchas de las oraciones que hoy sabemos las aprendimos de niños a vuestro lado. Porque hemos crecido viendo vuestra vida de confianza en el Señor y así hemos aprendido a confiar en que con Dios nada es imposible.
Por todo esto y muchísimas cosas más, queremos pedir al Señor que os bendiga y que os guarde siempre en su Amor, y os invitamos a que en torno al día 26 de Julio, festividad de San Joaquín y Santa Ana, abuelos de Jesús, acudáis a la parroquia donde se os impartirá una bendición especial.»
EL SEÑOR NOS DICE:
“Acordaos de vuestros mayores, que os predicaron la Palabra de Dios; considerad cual ha sido el resultado de su conducta e imitad su fe”
EL PAPA NOS RECORDÓ:
“Estos hermanos nos dan testimonio de que aun en las pruebas más difíciles, los ancianos que tienen fe son como árboles que continúan dando frutos. Y esto vale también en las situaciones más ordinarias, donde, sin embargo, puede haber otras tentaciones, y otras formas de discriminación. Hemos escuchado algunas en los otros testimonios.
La vejez, de forma particular, es un tiempo de gracia, en el que el Señor nos renueva su llamado: nos llama a custodiar y transmitir la fe, nos llama a orar, especialmente a interceder; nos llama a estar cerca de los necesitados... pero los ancianos, los abuelos tienen una capacidad para comprender las situaciones más difíciles: ¡una gran capacidad! Y cuando rezan por estas situaciones, su oración es más fuerte ¡es poderosa!
A los abuelos, que han recibido la bendición de ver a los hijos de sus hijos (cf. Sal 128,6), se les ha confiado una gran tarea: transmitir la experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de un pueblo; compartir con sencillez una sabiduría, y la misma fe: ¡el legado más precioso! ¡Felices esas familias que tienen a los abuelos cerca! El abuelo es padre dos veces y la abuela es madre dos veces. Y en aquellos países donde la persecución religiosa ha sido cruel, pienso por ejemplo en Albania, donde estuve el domingo pasado; en aquellos países han sido los abuelos los que llevaban a los niños a bautizar a escondidas, los que les dieron la fe ¡Qué bien actuaron! ¡Fueron valientes en la persecución y salvaron la fe en esos países!
Pero no siempre el anciano, el abuelo, la abuela, tiene una familia que puede acogerlo. Y entonces bienvenidos los hogares para los ancianos... con tal de que sean verdaderos hogares, y ¡no prisiones! ¡Y que sean para los ancianos —sean para los ancianos— y no para los intereses de otras personas! No debe haber institutos donde los ancianos vivan olvidados, como escondidos, descuidado. Me siento cerca de los numerosos ancianos que viven en estos institutos, y pienso con gratitud en los que los van a visitar y los cuidan. Los hogares para ancianos deberían ser los “pulmones” de humanidad en un país, en un barrio, en una parroquia; deberían ser “santuarios” de humanidad, donde los que son viejos y débiles son cuidados y custodiados como un hermano o una hermana mayor. ¡Hace tanto bien ir a visitar a un anciano! Miren a nuestros chicos: a veces los vemos desganados y tristes; van a visitar a un anciano, y ¡se vuelven alegres!”
“Acordaos de vuestros mayores, que os predicaron la Palabra de Dios; considerad cual ha sido el resultado de su conducta e imitad su fe”
(Carta a los Hebreos 13,7)
EL PAPA NOS RECORDÓ:
“Estos hermanos nos dan testimonio de que aun en las pruebas más difíciles, los ancianos que tienen fe son como árboles que continúan dando frutos. Y esto vale también en las situaciones más ordinarias, donde, sin embargo, puede haber otras tentaciones, y otras formas de discriminación. Hemos escuchado algunas en los otros testimonios.
La vejez, de forma particular, es un tiempo de gracia, en el que el Señor nos renueva su llamado: nos llama a custodiar y transmitir la fe, nos llama a orar, especialmente a interceder; nos llama a estar cerca de los necesitados... pero los ancianos, los abuelos tienen una capacidad para comprender las situaciones más difíciles: ¡una gran capacidad! Y cuando rezan por estas situaciones, su oración es más fuerte ¡es poderosa!
A los abuelos, que han recibido la bendición de ver a los hijos de sus hijos (cf. Sal 128,6), se les ha confiado una gran tarea: transmitir la experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de un pueblo; compartir con sencillez una sabiduría, y la misma fe: ¡el legado más precioso! ¡Felices esas familias que tienen a los abuelos cerca! El abuelo es padre dos veces y la abuela es madre dos veces. Y en aquellos países donde la persecución religiosa ha sido cruel, pienso por ejemplo en Albania, donde estuve el domingo pasado; en aquellos países han sido los abuelos los que llevaban a los niños a bautizar a escondidas, los que les dieron la fe ¡Qué bien actuaron! ¡Fueron valientes en la persecución y salvaron la fe en esos países!
Pero no siempre el anciano, el abuelo, la abuela, tiene una familia que puede acogerlo. Y entonces bienvenidos los hogares para los ancianos... con tal de que sean verdaderos hogares, y ¡no prisiones! ¡Y que sean para los ancianos —sean para los ancianos— y no para los intereses de otras personas! No debe haber institutos donde los ancianos vivan olvidados, como escondidos, descuidado. Me siento cerca de los numerosos ancianos que viven en estos institutos, y pienso con gratitud en los que los van a visitar y los cuidan. Los hogares para ancianos deberían ser los “pulmones” de humanidad en un país, en un barrio, en una parroquia; deberían ser “santuarios” de humanidad, donde los que son viejos y débiles son cuidados y custodiados como un hermano o una hermana mayor. ¡Hace tanto bien ir a visitar a un anciano! Miren a nuestros chicos: a veces los vemos desganados y tristes; van a visitar a un anciano, y ¡se vuelven alegres!”
ORACIÓN DE LOS ABUELOS
Señor, nos estamos volviendo mayores; los jóvenes nos hablan con respeto y temen que les contemos anticuadas historias.
A veces no comprendemos nada del mundo de hoy y sentimos el vacío entorno nuestro. Sabemos que Tú eres el Dios vivo, inagotable siempre en tu novedad, fuente de la verdadera Vida.
Recibiéndote en la Eucaristía nos sentimos rejuvenecer: de Ti sacamos vigor para vivir nuestra ancianidad con alegría, ofreciéndote todos nuestros achaques.
Concédenos, Señor, vivir dignamente nuestra vejez.
Que sepamos ofrecer cariño a nuestros hijos y nietos; que sepamos ser testigos de tu Evangelio y transmitirles el Tesoro más hermoso que hemos recibido: tu AMOR MISERICORDIOSO.
Amén.
El celebrante dice:
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Todos se santiguan y responden:
R. Amén.
El ministro, si es sacerdote o diácono, saluda a los presentes, diciendo:
El Señor Jesús, que nació, creció y vivió en el seno de la Familia de Nazaret, esté siempre con todos vosotros.
Todos responden:
R. Y con tu espíritu.
El celebrante dispone a los presentes a recibir la bendición con esta monición:
Con gozo damos gracias a Dios por el don de la familia, y dentro de la misma por los abuelos y mayores; aquellos que con sabiduría nos han legado los más ricos tesoros de la vida, que cuidan de nosotros, que siempre están solícitos a nuestras necesidades, aquellos que nos hacen vivir con naturalidad la fe.
Pidamos en esta celebración por todos ellos, para que el Señor les dé salud del Cuerpo y del alma, y continúen siendo para nosotros ayuda constante.
Señor, nos estamos volviendo mayores; los jóvenes nos hablan con respeto y temen que les contemos anticuadas historias.
A veces no comprendemos nada del mundo de hoy y sentimos el vacío entorno nuestro. Sabemos que Tú eres el Dios vivo, inagotable siempre en tu novedad, fuente de la verdadera Vida.
Recibiéndote en la Eucaristía nos sentimos rejuvenecer: de Ti sacamos vigor para vivir nuestra ancianidad con alegría, ofreciéndote todos nuestros achaques.
Concédenos, Señor, vivir dignamente nuestra vejez.
Que sepamos ofrecer cariño a nuestros hijos y nietos; que sepamos ser testigos de tu Evangelio y transmitirles el Tesoro más hermoso que hemos recibido: tu AMOR MISERICORDIOSO.
Amén.
BENDICIÓN DE LOS ABUELOS
El celebrante dice:
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Todos se santiguan y responden:
R. Amén.
El ministro, si es sacerdote o diácono, saluda a los presentes, diciendo:
El Señor Jesús, que nació, creció y vivió en el seno de la Familia de Nazaret, esté siempre con todos vosotros.
Todos responden:
R. Y con tu espíritu.
El celebrante dispone a los presentes a recibir la bendición con esta monición:
Con gozo damos gracias a Dios por el don de la familia, y dentro de la misma por los abuelos y mayores; aquellos que con sabiduría nos han legado los más ricos tesoros de la vida, que cuidan de nosotros, que siempre están solícitos a nuestras necesidades, aquellos que nos hacen vivir con naturalidad la fe.
Pidamos en esta celebración por todos ellos, para que el Señor les dé salud del Cuerpo y del alma, y continúen siendo para nosotros ayuda constante.
LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS
Luego el lector, uno de los presentes o el mismo celebrante, lee este texto de la Sagrada Escritura:
Eclesiástico 44, 1. 10-15: Vive su fama por generaciones
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del libro del Eclesiástico:
Hagamos el elogio de los hombres de bien, de la serie de nuestros antepasados.
Fueron hombres de bien, su esperanza no se acabó;
sus bienes perduran en su descendencia, su heredad pasa de hijos a nietos.
Sus hijos siguen fieles a la alianza,
y también sus nietos, gracias a ellos. Su recuerdo dura por siempre,
su caridad no se olvidará. Sepultados sus cuerpos en paz, vive su fama por generaciones; el pueblo cuenta su sabiduría,
la asamblea pregona su alabanza. Palabra de Dios.
A continuación, se recita o canta el siguiente:
Salmo responsorial (Sal 131, 11. 13-14. 17-18 (R.: cf. Lc 1, 32a)
R. El Señor Dios le ha dado el trono de David, su padre. El Señor ha jurado a David una promesa que no retractará:
«A uno de tu linaje pondré sobre tu trono.» R.
Porque el Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella:
«Ésta es mi mansión por siempre, aquí viviré, porque la deseo.» R.
«Haré germinar el vigor de David, enciendo una lámpara para mi Ungido.
A sus enemigos los vestiré de ignominia, sobre él brillará mi diadema.» R.
El celebrante, según la circunstancia, exhorta brevemente a los presentes, explicándoles la lectura bíblica, para que perciban por la fe el significado de la celebración.
Luego el lector, uno de los presentes o el mismo celebrante, lee este texto de la Sagrada Escritura:
Eclesiástico 44, 1. 10-15: Vive su fama por generaciones
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del libro del Eclesiástico:
Hagamos el elogio de los hombres de bien, de la serie de nuestros antepasados.
Fueron hombres de bien, su esperanza no se acabó;
sus bienes perduran en su descendencia, su heredad pasa de hijos a nietos.
Sus hijos siguen fieles a la alianza,
y también sus nietos, gracias a ellos. Su recuerdo dura por siempre,
su caridad no se olvidará. Sepultados sus cuerpos en paz, vive su fama por generaciones; el pueblo cuenta su sabiduría,
la asamblea pregona su alabanza. Palabra de Dios.
A continuación, se recita o canta el siguiente:
Salmo responsorial (Sal 131, 11. 13-14. 17-18 (R.: cf. Lc 1, 32a)
R. El Señor Dios le ha dado el trono de David, su padre. El Señor ha jurado a David una promesa que no retractará:
«A uno de tu linaje pondré sobre tu trono.» R.
Porque el Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella:
«Ésta es mi mansión por siempre, aquí viviré, porque la deseo.» R.
«Haré germinar el vigor de David, enciendo una lámpara para mi Ungido.
A sus enemigos los vestiré de ignominia, sobre él brillará mi diadema.» R.
El celebrante, según la circunstancia, exhorta brevemente a los presentes, explicándoles la lectura bíblica, para que perciban por la fe el significado de la celebración.
PRECES
A continuación, tienen lugar las preces. El celebrante invita a los presentes a elevar sus intenciones al Padre:
Invoquemos al Padre de la misericordia, que eligió al pueblo de Israel para manifestar su salvación a todos los pueblos y digámosle:
R. Bendice a nuestros abuelos, Señor
Padre de bondad, que das tu sabiduría a los sencillos de este mundo,
- otórganos este don y haz que todos pongamos nuestra confianza únicamente en Ti. R.
Padre de clemencia, que inspiras la piedad en el corazón de tus fieles,
- haz que sintiendo gusto por las cosas del cielo abandonemos las que nos separan de Ti. R.
Padre de esperanza, que fortaleces a tus hijos en medio de las pruebas y tribulaciones de la vida,
- capacita nuestros corazones para no sucumbir nunca ante la adversidad y afrontar nuestras obligaciones con decisión. R.
Padre de verdad, que iluminas las mentes de tus hijos para que escudriñen la verdad del mundo y del hombre,
- haz que sostenidos por tu luz la busquemos con tenacidad y la ofrezcamos a los hermanos como camino de vida y libertad eternas. R.
Si no se dicen las preces, antes de la oración de bendición el ministro dice:
OREMOS
Todos oran en silencio.
ORACIÓN DE BENDICIÓN
El celebrante con las manos extendidas dice la siguiente oración de bendición:
Dios de bondad y misericordia,
que con tu Hijo y el Santo Espíritu formáis un hogar de caridad infinita, desbordada en la obra de la creación, manifestada en la entrega de la cruz,
e infundida en la santificación de los fieles.
Tú elegiste a tu pueblo para hacer Alianza que pasara de padres a hijos;
en la sabiduría de los mayores, don de tu Espíritu, trazaste la imagen de la verdadera
Sabiduría encarnada, Cristo Jesús.
Te alabamos por el don de nuestros abuelos y mayores, que nos han legado el preciado tesoro de la fe cuidándolo con solicitud inquebrantable. Ellos son modelo y estímulo en nuestra vida,
pozo de sabiduría y ciencia, de fortaleza y piedad.
Dígnate bendecir sus vidas + con tu diestra,
para que nuestra sociedad reconozca su dignidad, estime y aproveche su riqueza,
cuide de sus vidas
y sea comprensiva con sus debilidades.
Tú que diste unos abuelos, san Joaquín y santa Ana, a Cristo, que vive y reina Contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Todos responden:
R. Amén.
CONCLUSIÓN DEL RITO
El celebrante bendice a los fieles con las manos extendidas
Dios misericordioso,
que en san Joaquín y santa Ana
nos muestra la ternura y cuidado de su Corazón,
os conceda por su Hijo la mejor de sus bendiciones
Todos responden:
R. Amén.
El celebrante imparte la bendición:
Y la bendición de Dios Todopoderoso
Padre, Hijo + y Espíritu Santo descienda sobre vosotros. La alegría del Señor sea nuestra fuerza. Podéis ir en paz
Todos responden:
R. Demos gracias a Dios.
A continuación, tienen lugar las preces. El celebrante invita a los presentes a elevar sus intenciones al Padre:
Invoquemos al Padre de la misericordia, que eligió al pueblo de Israel para manifestar su salvación a todos los pueblos y digámosle:
R. Bendice a nuestros abuelos, Señor
Padre de bondad, que das tu sabiduría a los sencillos de este mundo,
- otórganos este don y haz que todos pongamos nuestra confianza únicamente en Ti. R.
Padre de clemencia, que inspiras la piedad en el corazón de tus fieles,
- haz que sintiendo gusto por las cosas del cielo abandonemos las que nos separan de Ti. R.
Padre de esperanza, que fortaleces a tus hijos en medio de las pruebas y tribulaciones de la vida,
- capacita nuestros corazones para no sucumbir nunca ante la adversidad y afrontar nuestras obligaciones con decisión. R.
Padre de verdad, que iluminas las mentes de tus hijos para que escudriñen la verdad del mundo y del hombre,
- haz que sostenidos por tu luz la busquemos con tenacidad y la ofrezcamos a los hermanos como camino de vida y libertad eternas. R.
Si no se dicen las preces, antes de la oración de bendición el ministro dice:
OREMOS
Todos oran en silencio.
ORACIÓN DE BENDICIÓN
El celebrante con las manos extendidas dice la siguiente oración de bendición:
Dios de bondad y misericordia,
que con tu Hijo y el Santo Espíritu formáis un hogar de caridad infinita, desbordada en la obra de la creación, manifestada en la entrega de la cruz,
e infundida en la santificación de los fieles.
Tú elegiste a tu pueblo para hacer Alianza que pasara de padres a hijos;
en la sabiduría de los mayores, don de tu Espíritu, trazaste la imagen de la verdadera
Sabiduría encarnada, Cristo Jesús.
Te alabamos por el don de nuestros abuelos y mayores, que nos han legado el preciado tesoro de la fe cuidándolo con solicitud inquebrantable. Ellos son modelo y estímulo en nuestra vida,
pozo de sabiduría y ciencia, de fortaleza y piedad.
Dígnate bendecir sus vidas + con tu diestra,
para que nuestra sociedad reconozca su dignidad, estime y aproveche su riqueza,
cuide de sus vidas
y sea comprensiva con sus debilidades.
Tú que diste unos abuelos, san Joaquín y santa Ana, a Cristo, que vive y reina Contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Todos responden:
R. Amén.
CONCLUSIÓN DEL RITO
El celebrante bendice a los fieles con las manos extendidas
Dios misericordioso,
que en san Joaquín y santa Ana
nos muestra la ternura y cuidado de su Corazón,
os conceda por su Hijo la mejor de sus bendiciones
Todos responden:
R. Amén.
El celebrante imparte la bendición:
Y la bendición de Dios Todopoderoso
Padre, Hijo + y Espíritu Santo descienda sobre vosotros. La alegría del Señor sea nuestra fuerza. Podéis ir en paz
Todos responden:
R. Demos gracias a Dios.
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